Hay algunas situaciones en las que las pérdidas se entienden menos que en otras, si es que alguna vez se entienden. El caso es que un investigador y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid que me es muy cercano falleció recientemente y de repente te replanteas todos esos momentos compartidos.
Como decía un catedrático de nuestra unidad, Arsenio Villarejo es una persona con criterio, un excelente investigador de mente preclara como atestiguan este EMBO o este Nature Cell Biol. Ha sido muchas más cosas desde mi perspectiva personal, algunas de ellas las intenté resumir en un escrito...
"Siempre me han llamado la atención los espacios como lugares de interacción personal, como un telar en el que se van entretejiendo los hilos vitales de distintos individuos. Después de pasar por diversos laboratorios, despachos y oficinas he llegado a la conclusión de que en los laboratorios el telar es más fuerte y a la vez más flexible, quizás sea porque el riesgo o la incertidumbre compartidos es mayor, quizás sea porque la ilusión originaria es la misma o quizás simplemente porque en mayor medida que otros espacios el laboratorio se convierte en un segundo hogar. El caso es que las hebras son igual de finas pero el tejido es más calido.
Recién alumbrado en la Universidad, sin edad legal para tomarme un txakolí, con acento vasco y acné me imbriqué en una primera ocasión con un esmirriado joven investigador de movimientos rápidos que impartía su clase práctica, discurso pausado y mirada inquieta oculta tras unos relucientes cristales, me dejó una impresión entre seria e inquisitiva. Algunos años después, en el último de carrera, me había librado del acné, había domado el acento y me había pasado a la sidra, momento en el que salté a investigar en un laboratorio y una nueva urdimbre se tejió con aquél esmirriado investigador, había saltado de alumno por unos días a, de alguna manera, compañero de laboratorio. Del buenos días se pasó a cruzar algunas frases más elaboradas y de ahí a las bromas y a una risa siempre peculiar, siempre aguda, siempre contagiosa. Recuerdo muchas tardes intempestivas, recuerdo con el paso de los meses y ya con la confianza de la camaradería ir a merendar a menudo con el investigador esmirriado y con una investigadora predoc de rizos a la cafetería, muchos tiempos muertos por ahí desperdigados y más hilos se urdían en esas tardes alargadas, investigadores veteranos que acogían en igualdad de trato a los recién llegados.
De repente, en un momento dado, la relación llega a ese punto de indefinición tan maravilloso en el que se entrecruzan retales de distintos telares, en el que te encuentras a un amigo compañero de carrera riendo a carcajadas con tu amigo esmirriado.
Luego recuerdo una época de viajes, de estancias más cortas o más largas en otras culturas, lenguas y países, nunca diciendo adios ni tan solo hasta luego. Temporada de búsqueda de nuevos colores en el telar, para finalmente volver a cruzarse los hilos vitales después de múltiples avatares no ya en el mismo espacio de investigación sino en el mismo espacio de recogimiento y reflexión, compartiendo docencia, paredes, techo y número de despacho. Compartiendo conversaciones, tiempo y alumnos. Compartiendo lo que es más importante, risas y llantos, gritos y silencios.
Compartíamos alumnos, y los alumnos siempre le han adorado, siempre destacando su pasión y su pertinaz preparación y dedicación. Revivo con claridad la empatía sentida hacia sus alumnos, un venir, un poner nombre y situación vital de un alumno sobre la mesa y clamar a la acción para ayudarle. Un tutor vocacional, un hilo que resplandece en aquello que se implica.
El esmirriado investigador, primero profesor, luego compañero de laboratorio, luego amigo y más tarde compañero docente y de despacho no le quedó más remedio que convertirse finalmente en confidente y confesor, de lo humano y de lo divino, de las ideas más o menos absurdas, más o menos brillantes, de las docentes, científicas, políticas, empresariales, o las más importantes, las personales, dando soporte, atención y respuesta a todas y cada una de ellas, valorando todas las facetas y todas las implicaciones. Las paredes y la amistad es lo que tienen, las paredes impiden la huida, la amistad te la quita de la cabeza.
De reunirnos entre las paredes de un despacho saltamos a reunirnos entre las paredes de un hospital, con menos kilos y más dolores, con la misma risa y la misma mirada inquisitiva, con el mismo discurso pausado en un ambiente melancólico teñido de afecto, profundo afecto.
En un telar unas hebras se van acomodando a otras, se van amoldando, se entrelazan y cohesionan, se dejan huella, se puede seguir el discurrir de una hebra resplandeciente por los nudos y las muescas que ha dejado en otras, por los filamentos que deja cuando se deshilacha.
El hilo sigue ahí, en la urdimbre del telar."
PD: El cuadro del viajero que ilustra la entrada es un cuadro de Friedrich que teníamos como lámina en la puerta de nuestro despacho..."El caminante sobre el mar de nubes"...